Hermanos y hermanas, todos hemos experimentado la lucha contra nuestro viejo yo, ese ser pecaminoso que nos aleja de Dios. Como dice Romanos 6:6: "Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado". Este versículo nos revela la verdad de que nuestra vida pasada, con sus errores y ataduras, no define nuestro futuro en Cristo.
Nuestras acciones pasadas, nuestros fracasos, incluso nuestros pecados más profundos, no son barreras infranqueables para la gracia de Dios. 2 Corintios 5:17 nos ofrece consuelo: "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas". Este es el núcleo de la vida nueva, la promesa de un nuevo comienzo, un renacimiento espiritual que transforma nuestra identidad y nuestro propósito.