La crítica dirigida a Jesús, "¡Mirad, un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores!", revela la hipocresía de aquellos que se consideraban justos. Su juicio se basaba en apariencias y en prejuicios, olvidando el mandato de amor y compasión que encontramos en Levítico 19:18: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." Jesús, en su humildad, se acerca a los necesitados, demostrando que el verdadero amor no juzga, sino que perdona y sana. Su amistad con los pecadores no fue una condescendencia, sino una manifestación de su amor incondicional, un reflejo del amor del Padre celestial.