Hermanos y hermanas en Cristo, la fe no es una fuerza mágica, ni un simple sentimiento. Es la confianza inquebrantable en Dios, basada en su revelación en Jesucristo y en la obra del Espíritu Santo en nuestros corazones. Es una convicción profunda, arraigada en la verdad de Su Palabra.
La Fe como Objeto
Nuestra fe tiene un objeto específico: Jesucristo, el Hijo de Dios, que murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación. Es en Él, y en Él solamente, donde encontramos la salvación completa y la vida eterna. No es una fe ciega, sino una fe fundamentada en la evidencia histórica y la experiencia transformadora.
La Fe como Acción
La fe verdadera no es pasiva; es activa. Se manifiesta en obediencia a la voluntad de Dios, en amor al prójimo, y en la búsqueda ferviente de la justicia. Es una fe que se traduce en acciones concretas, en un estilo de vida que refleja la transformación del corazón.
La Fe y sus Frutos
El fruto de la fe genuina es evidente en la vida del creyente. Se manifiesta en la paz, el gozo, la esperanza, el amor, la paciencia, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y el dominio propio. Es una vida que honra a Dios y beneficia a los demás.
Por lo tanto, hermanos, examinemos nuestras propias vidas a la luz de esta sagrada enseñanza. ¿Es nuestra fe genuina, activa y fructífera? O ¿es una fe muerta, sin manifestación en nuestro diario vivir? Que el Señor nos ayude a crecer en nuestra fe, a fortalecer nuestra confianza en Él, y a vivir vidas que reflejen la gloria de nuestro Salvador.