El rey David, a pesar de sus fallas, constantemente expresaba gratitud a Dios. En el Salmo 100, nos exhorta a "Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza; alabadle, bendecid su nombre." (Salmo 100:4). Su gratitud no era superficial, sino profunda, brotando de un corazón que reconocía la soberanía y el amor inmerecido de Dios. Incluso en medio de la adversidad, como se ve en el Salmo 23, su confianza y gratitud eran evidentes: "Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento." (Salmo 23:4).