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La Nueva Jerusalén: Nuestra Eterna Morada

La Nueva Jerusalén: Nuestra Eterna Morada
La Promesa de una Ciudad Celestial
Hermanos y hermanas en Cristo, la Biblia nos habla de una esperanza gloriosa, de una ciudad que no ha sido construida por manos humanas, una ciudad celestial: la Nueva Jerusalén. Apocalipsis 21:1-2 nos describe su majestuosa llegada: "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa adornada para su marido." Esta visión nos ofrece un consuelo inmenso ante las tribulaciones de este mundo.
Los Atributos de la Nueva Jerusalén
Esta ciudad resplandeciente no conoce la oscuridad ni el dolor. Apocalipsis 21:4 declara: "Y enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron." Su esplendor sobrepasa toda comprensión humana. Sus calles están pavimentadas de oro puro (Apocalipsis 21:21), y la luz de Dios la ilumina (Apocalipsis 21:23). Es un lugar de perfecta paz, justicia y santidad, donde reinará para siempre la presencia de Dios.
Nuestra Participación en la Nueva Jerusalén
Pero, ¿cómo podemos participar en esta herencia celestial? La respuesta se encuentra en la fe en Jesucristo y la obediencia a Su palabra. Apocalipsis 21:7 nos promete: "El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo." La victoria no es nuestra por esfuerzo propio, sino por la gracia de Dios a través de la fe en Cristo. Al aceptar a Jesús como nuestro Señor y Salvador, nos aseguramos un lugar en la Nueva Jerusalén, una morada eterna en la presencia de nuestro Dios.
La visión de la Nueva Jerusalén no es simplemente una fantasía distante, sino una promesa sólida y real para todos aquellos que han puesto su fe en Jesucristo. Es un llamado a la perseverancia en la fe, a la esperanza inquebrantable, y a la vida santa en anticipación de la gloriosa llegada de nuestra eterna morada. Que la esperanza de la Nueva Jerusalén nos impulse a vivir vidas dignas del reino de Dios.
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