Hermanos y hermanas en Cristo, Proverbios 10:19 dice: "En la multitud de palabras no falta pecado; mas el que refrena sus labios es sabio." Este versículo nos llama a la reflexión profunda sobre el poder y la responsabilidad que tenemos sobre nuestras palabras. No es simplemente el *qué* decimos, sino el *cómo* y el *cuándo* lo decimos.
Santiago 3:5-6 nos advierte: "Así también la lengua es un miembro pequeño, y se gloría de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!" Nuestras palabras, aunque pequeñas en apariencia, pueden tener un impacto devastador, como un pequeño fuego que puede incendiar un gran bosque. Debemos tener cuidado con el fuego de nuestras lenguas.
Reflexionemos en el daño que causamos cuando hablamos sin pensar, cuando dejamos que la ira o la envidia dirijan nuestras palabras. El Salmo 34:13 nos anima: "Guarda tu lengua del mal, y tus labios de hablar engaño."
Por otro lado, el control de nuestra lengua produce un fruto abundante. Cuando hablamos con sabiduría y bondad, edificamos a otros y glorificamos a Dios. Efesios 4:29 nos exhorta: "Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes."
Un corazón lleno del Espíritu Santo producirá palabras que sanan, consuelan y animan. Proverbios 15:23 dice: "El hombre encuentra gozo en la respuesta oportuna, y ¡cuán buena es la palabra dicha a su tiempo!" La sabiduría consiste en saber cuándo hablar y cuándo callar, en elegir nuestras palabras cuidadosamente y hablar con propósito.
Colosenses 4:6 añade: "Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno." Nuestras palabras deben ser edificantes, amables y apropiadas para cada situación, reflejando la gracia y la sabiduría de Dios.