Jesús, en Juan 4:24, declara: "Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren." Esta afirmación establece el fundamento de una adoración auténtica, que trasciende los rituales externos y se centra en la naturaleza misma de Dios y nuestra relación con Él.
No se trata de una adoración superficial o meramente formal, sino de una adoración que emana del corazón, transformada por el Espíritu Santo. Es una adoración que reconoce la santidad, la majestad y el amor de Dios, respondiendo a Su revelación en Jesucristo.