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La Humildad: Un Fruto del Espíritu Santo

La Humildad: Un Fruto del Espíritu Santo
La Humildad ante Dios
Hermanos y hermanas en Cristo, la humildad es un pilar fundamental de nuestra fe. No es debilidad, sino una fortaleza que reconoce nuestra dependencia absoluta de Dios. Como dice Proverbios 3:34: "Porque Jehová da la sabiduría; de su boca vienen el conocimiento y la inteligencia." Reconocer nuestra necesidad de la sabiduría divina, de su guía y de su gracia, es el primer paso hacia la verdadera humildad. No nos gloriamos en nuestras propias capacidades, sino que atribuimos toda gloria a Aquel que nos ha creado y nos sostiene.
Filipenses 2:3-4 nos exhorta: "Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada uno también por lo de los otros."
La Humildad en Nuestras Relaciones
La humildad se manifiesta en cómo interactuamos con los demás. Dejamos de lado el orgullo y la arrogancia para tratar a todos con respeto y consideración, reconociendo el valor intrínseco de cada persona, creada a imagen y semejanza de Dios. Mateo 18:4 dice: "De manera que cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos."
1 Pedro 5:5 nos anima: "Asimismo, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes."
Los Beneficios de la Humildad
La humildad no es una carga, sino un camino hacia la bendición. Nos libera del peso del orgullo y nos permite experimentar la paz y la alegría que provienen de una vida centrada en Dios. Santiago 4:6 nos promete: "Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes."
A través de la humildad, recibimos la gracia de Dios, encontramos fuerza en la debilidad, y podemos servir a los demás con un corazón puro. Es en la humildad donde encontramos la verdadera grandeza, una grandeza que no proviene de nosotros mismos, sino del amor de Dios.
Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén.
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