La unción no era un mero ritual, sino un acto poderoso que confería autoridad, poder y habilidad para cumplir la voluntad de Dios. En Éxodo 29:7, leemos acerca de la consagración de Aarón y sus hijos como sacerdotes: "Después ungirás a Aarón y a sus hijos, y los consagrarás, para que me sirvan de sacerdotes." Este acto les otorgaba la capacidad de acercarse a Dios en representación del pueblo y realizar las funciones sacerdotales. La unción también implicaba la equipación con el Espíritu Santo para realizar la obra de Dios, como lo describe Isaías 61:1: "El Espíritu del Señor Jehová está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón..."