El "goel," el pariente cercano, representaba la lealtad familiar y la obligación de restaurar lo que se había perdido. Él actuaba como substituto, cargando con la deuda o la maldición de su familia. De manera similar, Cristo, nuestro pariente cercano en la fe, se convirtió en nuestro "goel" definitivo. Él pagó el precio por nuestros pecados, cargando con la maldición de la ley que recaía sobre nosotros. "Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios; siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu" (1 Pedro 3:18). A diferencia del "goel" del Antiguo Testamento, cuya capacidad de redención era limitada, Cristo es el Redentor perfecto, capaz de rescatar a todos los que creen en él.