David reconoce la gravedad de su pecado, no sólo contra Betsabé, sino, sobre todo, contra Dios. Su conciencia le acusa, y sabe que la simple expiación ritual no es suficiente. Él clama por una limpieza interior, profunda y espiritual: "Lava completamente mi iniquidad, y limpia de mi pecado" (Salmo 51:2). El anhelo de David por la pureza espiritual es un llamado a la introspección y al verdadero arrepentimiento, que va más allá de la confesión superficial.