La ley del Señor es perfecta, que convierte el alma; el testimonio del Señor es fiel, que hace sabio al sencillo. (Salmo 19:7). La ley de Dios, sus mandamientos, no son una carga opresiva, sino una guía que nos conduce a la plenitud de vida. A través de su obediencia, encontramos sabiduría, justicia y paz. Es una luz en nuestro camino, un faro que nos protege de los peligros y nos guía hacia la vida eterna.