El capítulo prohíbe estrictamente derramar sangre fuera del altar del Señor. "Cualquier hombre de la casa de Israel, o de los extranjeros que residen entre ellos, que ofreciere holocausto o sacrificio, y no lo trajere a la entrada del tabernáculo de reunión para ofrecerlo al Señor, esa persona será cortada de entre su pueblo." (Levítico 17:9). Esta ley enfatiza la importancia de la centralidad de Dios en el culto y la adoración. No se permitía ningún sacrificio fuera del marco establecido por Dios, subrayando Su autoridad y soberanía.